domingo, 29 de enero de 2023

Sustentación Maestría en Literatura

"El entrecruzamiento de la historia y la ficción en La ceiba de la memoria de Roberto Burgos Cantor a través de la metaficción historiográfica", Trabajo de grado presentado para optar al título de Magíster en Literatura. Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Facultad de Ciencias de la Educación, Maestría en literatura, Tunja, 2022.











lunes, 16 de enero de 2023

Mi página web

Queridos amigos y amigas, les comparto mi página web donde podrán encontrar algunos de mis proyectos culturales. Agradezco su atención. 

Fecuestas Literatura Universal




martes, 14 de diciembre de 2021

Cumplir 50

 


Podría decirse que más de la mitad de mis cumpleaños han sido una decepción, y ayer no fue la excepción. La verdad esperaba que apareciera una sorpresa que me alegrara el momento, tal vez una fiesta sorpresa, tal vez la visita inesperada de alguien, tal vez un almuerzo delicioso, una videollamada, una salida a un sitio especial, pero la verdadera sorpresa fue que no hubo sorpresa. Eso no quieres decir que nadie se acordó, por el contrario, llegaron muy hermosos mensajes por las redes sociales, las llamadas formales de la familia, excepto de la de mi hijo que no se acordó para nada y que en verdad me dolió, pero bueno, eso fue lo que le inculcaron siempre. Sin embargo nadie está obligado a celebrarle algo a nadie cuando no le nace o no lo considera importante. Mi hija por ejemplo me trajo una torta muy especial, a pesar de su edad hizo todo por alegrarme el día, y finalmente yo me hice mi propio almuerzo con algo que compré, creo que me merecía celebrarme un día tan especial, después de todo no he sido tan malvado como lo pueden creer muchos. Ya casi no tengo amigos, tal vez porque he adoptado el escepticismo y el cinismo como base de mi filosofía y procuro no decir mentiras a nadie, le digo la verdad en la cara a todas las personas, o mejor, en términos del escepticismo, mi verdad, que es una opinión y no un juicio. No me preocupa quedarme solo, no es malo estar solo, ahora tengo más tiempo para disfrutar de la literatura, el cine, organizo clases, hablo de muchas cosas y estoy aprendiendo demasiados temas, sobre todo de historia. A mi edad, no podría decir que en la mitad del camino de la vida porque no pretendo vivir 100 años, digo que a mi he edad he realizado muchas cosas, he fracasado y he triunfado, he sufrido y he gozado, he bebido, he comido, he aguantado, he engordado y he adelgazado. Cada cosa se ha convertido en una experiencia fructífera en mi vida, me ha convertido en el ser monstruoso celestial que soy. Las mujeres han sido parte fundamental de mi vida y no las puedo culpar de mi situación actual, dos mujeres todavía me dan sentido a la existencia. Pero el tema es los 50. Hace 10 años me propuse tener una buena celebración cuando cumpliera los 50, pero no fue así. Tenía una novia que me iba a celebrar los 40 años con una buena fiesta, llevaba planeando un buen tiempo, pero todo cambió de un momento a otro y la celebración se vino al piso. Luego llegó mi hija y entonces desde el vientre ella me preparó una torta y yo me regalé un carro. Fue una buena celebración. Ahora nada de eso se ha podido repetir, la economía en el mundo está muy difícil, y pues a los 50 no puedo negar que me faltan cosas, como a muchos, pero también tengo otras cosas que me hacen una persona afortunada. Me hubiera gustado llegar a los 50 con muchas más cosas, menos deudas y más estudios y trabajos, pero todo hace parte de esa ruleta rusa que es la vida. Sin embargo recuerdo la última gran lección que me dejó mi padre en su lecho de muerte. Tenía 92 años y estaba postrado en la cama de un hospital, ya no había nada que hacer y sin embargo él seguía preocupado por los planes a futuro, qué íbamos hacer ese diciembre cuando se recuperara, cómo íbamos a salir de todos los problemas, a dónde íbamos a viajar. Yo no podía creer que todavía le faltara vida para seguir adelante, que no hubiera botado la toalla a pesar de las circunstancias, que pisoteara ese negativismo que tanto nos abruma hoy en día con las ganas de seguir viviendo. Tengo 50 años, a esa edad mi papá perdió todo lo que había construido y le tocó iniciar de cero, a los 92 seguía luchando, era feliz pero tenía ambiciones todavía. Me faltan muchas cosas por hacer, muchos sueños por cumplir: pagar mis deudas, tener mi casa en el campo, vivir cerca del mar, escribir mis 7 novelas, viajar por el mundo, visitar los mejores museos y hablar de las pinturas que me encuentre allí, ir a la costa en biscicleta, tener un carro ultramoderno, estudiar mucho más, terminar las maestrías, hacer el doctorado, organizar una fiesta de cumpleaños... Aunque estas fiestas de cumpleaños no siempre salen bien. Conocí la historia de una fiesta de 50 años donde la esposa del festejado iba de mesa en mesa contando el secreto mejor guardado de su marido para desenmascarar aquella farsa de la familia feliz. Por ahora no me preocupa decir que tengo 50 años, ya no estoy interesado en seducir a las jóvenes más hermosas. La actriz Carmen Maura decía que la juventud no es una virtud sino una condición. Quiero disfrutar cada vez más de mi vida, por eso casi no publico fotografías de momentos muy especiales para mí, los quiero sólo para mí, disfrutar de esa felicidad que en las redes sociales genera alegría, pero también disgusto, envidia y hasta odio. No sé si me atreva a publicar esto pero lo hago con toda sinceridad, es una forma de desahogarme y sentir la tranquilidad de seguir adelante y pensar en todo lo bueno que quiero que me suceda. Espero poder ser más feliz en mis próximos cumpleaños y por eso voy a preparar esa felicidad y no esperar que nadie me dé esa ansiada sorpresa. No debemos esperar nada de nadie, nosotros debemos fabricar nuestro propio futuro, hacer lo que nos gusta sin pedirle permiso a nadie ni esperar la aprobación de alguien. El tiempo no existe, según San Agustín y nada de lo que hagamos bien nos puede llevar siempre a un final feliz. Eso es incierto y lo mejor que puede pasar es dejar que las cosas continúen su curso como diría Lao Tze. Hay que ser agradecido con lo que tenemos, luchar siempre por estar mejor, en todo sentido: económico, cultural, educativo. Y nunca botar la toalla. Cumplir 50 me motiva a empezar de cero, pero un cero muy bien fundamentado con toda la historia que viene de atrás, para seguir adelante y tratar de conocer tantas cosas que me hacen falta, afortunadamente.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Colombianos de bien


“No apoyo el paro porque soy un colombiano de bien”. Al menos esa es la imagen que dejó mucha publicidad en la televisión y algunos comentarios que aparecieron en las redes sociales, de personas que manifestaron querer algo mejor para el país, producir al estilo del más exitoso emprendedor de nuestra innovadora economía naranja, ser colombianos de bien que piensan en un futuro hermoso, sacado con berraquera y con honestidad, alejado de esos castrochavistas terroristas guerrilleros mamertos de izquierda que todo lo quieren regalado y que sólo piensan en destruir nuestro bello país. Entonces empiezo a analizar qué hay detrás de todas esas palabras y me encuentro con las personas que lo dicen: alguien que nunca ha trabajado y que ha dependido del sueldo de su pareja, alguien que tiene una empresa próspera y que está convencido que nunca va a quebrar, alguien que todavía está sicosiado con el fantasma de la inmigración venezolana y de que nos vamos a convertir en otra Venezuela si elegimos al guerrillero, cuando el problema de Venezuela es un monstruo que ellos han venido creando desde hace más de 70 años con la bonanza petrolera. Finalmente escucho las palabras de una famosa periodista que dice no apoyar la marcha porque hay detrás de ellas unos políticos aprovechados, aunque entiende “que hay uno que otro problemita” en este país y se solidariza con la gente más necesitada, pero que está segura de que esa gente humilde no apoya a esos vándalos destructores de nuestro hermoso país. El gobierno sale a deslegitimizar la protesta, que no tiene ningún sentido, que los temas sobre los que se están protestando no existen, que lo que pretenden es desestabilizar un país pujante que quiere salir adelante pero que no lo dejan progresar, sin embargo los colombianos de bien somos más. Están asustados y quieren crear un miedo generalizado de destrucción del país, pero el país ya está destruido. Por culpa de esos políticos corruptos que por unas monedas están llevando el futuro de nuestras familias a vivir en las peores condiciones. Los noticieros sólo se centran en los enfrentamientos, pero no en la gran cantidad de personas que se quejaron por lo que está sucediendo aquí. Una reforma pensional encubierta que pretende acabar con un sistema solidario: el problema no es el aumento de la edad ni la cuota, sino eliminar el sistema solidario. ¿En qué consiste el sistema solidario? Nadie hoy en día, cotizando con el porcentaje que hace, alrededor de 120 mil pesos para un salario mínimo, durante 1250 semanas en un fondo de pensiones privados, tiene asegurado una pensión de un salario mínimo después de cumplir la edad de 57 o 62 años. No les alcanza, por más que coticen más semanas. Entonces con el fondo público, Colpensiones, se acude a la prima solidaria, y se garantiza un salario fijo hasta que muera el pensionado. Lo quieren acabar y que todo entre al fondo de pensiones privado. Ellos no aplican eso, le guardan su dinero y cuando lleguen a la edad se los devuelven en cómodas cuotas, durante unos pocos años o su totalidad para que inicie una gran empresa en este país pujante. Qué mentira. Le recogen su plata durante toda la vida laboral y le dan un interés absurdo. Pero el argumento es que su dinero no se va para un sinvergüenza que se está pensionando hoy en día, sino que se va a quedar en banco. Una chica en minifalda te da un esfero bien bonito y ya eres de la familia Porvenir o Protección. El peor robo y el mejor negocio. Y quieren todo el botín, porque para eso ganaron, los 10 millones le dieron el aval para hacer eso. ¿Quieren saber cuánto reciben mensualmente estos colombianos de bien? Multipliquen 120 mil pesos por 10 millones de personas que cotizan en un fondo privado mensualmente (suponiendo que todos esos 10 millones ganan un salario mínimo). Sí, más de un billón, una cifra de 13 números. Claro que los que están promoviendo la reforma, ministros, viceministros y congresistas no están afiliados a los fondos de pensiones privado. Ellos van a disfrutar de la pensión del estado, prima media y solidaria. ¿serán cínicos? Como bueno uribistas, son sinvergüenzas. No tienen vergüenza. No conozco un ejemplo de un país donde ahorrando en un fondo privado se puedan pensionar y vivir dignamente. El modelo fue copiado de Chile y allí colapsó, por eso hoy ese país está en crisis, no porque quieran todo regalado, sino porque el modelo económico les dio mucho dinero a los empresarios y empobreció a la clase media. Nos burlamos porque el modelo económico socialista fracasó en Venezuela y sacábamos pecho para mostrar la pujanza del modelo económico de Chile, que sí era serio y funcionaba. También fracasó. Nos está llevando allá. No seremos como Venezuela, pero podemos llegar a ser peor que Chile. ¿Qué hace un pensionado en Estados Unidos? Se va a disfrutar su dinero a un país de América Latina donde su dinero valga más. ¿Qué vamos a hacer nosotros con el dinero que nos dé el fondo de pensiones privado? ¿A dónde vamos a vivir? Vienen por el botín más grande y quieren privatizar Colpensiones y acabar la prima media y solidaria. Pero no hay ningún proyecto cursando en el congreso, dicen. Pues como diría la novia celosa, no lo dijo pero los pensó. Yo no soy un colombiano de bien porque apoyé el paro, estoy en contra de una reforma pensiona, laboral, del los crímenes a líderes sociales por parte de una estructura que recorre todo el país, por un costo de vida demasiado alto, unos servicios de los más caros de Latinoamérica, unas ciudades invivibles con un servicio de trasporte pésimo y sin que se haga nada. Por esto y muchas cosas más que me afectan en una serie de gobiernos mediocres que tiene más de farándula y picaresca, que de seriedad y conciencia, como se debería tratar un país.

martes, 23 de enero de 2018

Juanito de Dios



Mi papá nació el día de San Juan de Dios y por eso se llamaba así: Juan de Dios Rojas Urrutia. Muy pocos hombres pueden cargar con la responsabilidad de llamarse Dios, yo creo que él sí lo hizo. Y no porque fuera un ser sobrenatural, grandioso y superior, sino como yo creería que debe ser un dios: bondadoso, simple y lleno de amor. Nunca se vanaglorió de tener grandes posesiones, de conocer medio mundo, tener los trabajos más importantes, los mejores negocios. De hecho, al morir no tenía más que sus objetos personales y su familia. 


Sus gustos eran sencillos pero con la mayor exquisitez que implicaba lo sencillo. Su comida favorita era la mazamorra de maíz tostado con muchas habas y libro bien picado. Le gustaba viajar a Tocaima y Girardot porque allá estaba enterrado su padre, era un viaje maravilloso lleno de piscinas, buena comida y cosas tranquilas. Nada de aventuras extraordinaria. Lo extraordinario era verlo lanzarse de un trampolín de 5 metros con toda la maestría de un buen nadador. 

Empezó a trabajar desde niño y tuvo muchos oficios en su vida, se pensionó muy joven de los Ferrocarriles Nacionales pero en ese momento no era un privilegio sino una especie de sanción. Entonces se dedicó al negocio de la venta de carnes, una “fama” como se llamaba antes de que nos invadiera la sofisticación del lenguaje, y trabajó durante más de 30 años madrugando todos los días desde las 4 de la mañana, organizando la carne, buscando el negocio del ganado y atendiendo a sus clientes desde temprano con dos grandes cuadernos lleno de fianzas. No importaba lo que le debieran, siempre garantizaba la entrega del producto. Algún día pagarán y si no pues se perdió la plata, pero desde que mi Dios nos dé salud y licencia pues qué carajos. Nunca fue un hombre de odios, ni siquiera cuando un policía conservador enviado por un concejal conservador, le pegó un tiro en el estómago, durante la violencia bipartidista de los años cincuenta. 


Nos dio mucho amor, a cada uno de sus cinco hijos adoptivos nos amó de acuerdo a nuestras necesidades y siempre más de lo necesario. Pero quizás lo más grandioso de él fue el amor que le ofreció a nuestros hijos. Un abuelo excepcional, preocupado por el bienestar de sus nietos y bisnietos, orgulloso de sus logros, con palabras de amor cada vez que los veía o llamaba. Siempre pendiente de su familia que iba creciendo, siempre tratando de colaborar en todo y con todos. Y sobre todo, siempre pensando en organizar una buena comilona con los productos más suculentos y a todas luces peligrosos para esta nueva generación light de comida saludable. Vivió 92 años y no pudo comer solamente en el último mes de su vida. Cuando se le preguntaba por el secreto de su longevidad nos daba la receta: maíz y habas tostadas, una buena mazamorra, chichita, carne de toda clase con buena papa salada. En los 41 años que estuvo con nosotros se le notaba la felicidad que llevaba, siempre al lado del amor de su vida, mi mamá. La amó como muy pocas personas pueden amar, siempre pendiente de ella, en función de ella y aceptando su vida y su personalidad con amor: tranquila mija, que vamos hacer lo que haya que hacer. Siempre pensando a largo plazo, olvidando el fantasma del tiempo y de la muerte. No le preocupaba. Le preocupaba más el futuro y el bienestar de su familia. 


Viajó por todo el país, pero nunca montó en avión, le emocionaba pero al mismo tiempo le aterrorizaba la idea de no tener los pies sobre la tierra. Preferiría la parsimonia del tren, su otro gran amor. Sus historias del ferrocarril parecían en blanco y negro, o más bien, de un mundo que nunca conocimos ni conoceremos. Las estaciones, las jornadas de trabajo, los peligros, cuando conoció a Tirofijo en tal curva, cuando íbamos para tal parte, entonces nos salieron los muchachos y Tirofijo nos dijo que lo arrimáramos más abajo y se montó en el último vagón, en ese momento yo era enganchador. Juanito me llevó en tren a Santa Marta cuando tenía 9 años y fue uno de los viajes más sorprendentes que he hecho, lleno de montañas, túneles, puentes iluminados, ciénagas, estaciones, 27 horas disfrutando un viaje eterno entre las grandes sillas y vagón comedor. Parece un sueño en un país donde la palabra tren ya no existe. Mi papá Juanito nunca tuvo hijos naturales, pero tuvo una familia que lo amó hasta el último suspiro de su vida. Muchos tenemos hijos pero nos falta una familia. Ese fue el gran ejemplo que nos dio y un legado que deberíamos buscar y preservar.


lunes, 26 de diciembre de 2016

Sigue escribiendo, homble...

Ella dice (o por lo menos es lo que se evidencia con sus palabras) que los dos años y medio en que vivió conmigo fueron un infierno, lleno de maltratos, humillaciones, golpes y días infelices. Yo contra-argumento que lo di todo por ella y la bebé, le di todo el esfuerzo económico de los últimos años reflejado en un apartamento, abandoné mis relaciones amorosas por estar enfocado en el amor que ella y la criatura necesitaban, me endeudé más por dar un mayor bienestar a mi nueva familia que no esperaba tener a los cuarenta años. Tuvimos problemas, no lo niego, pues el choque fue de impacto y adaptarme a esta nueva realidad no era fácil, pero también muchas veces disgustamos por el estrés que le producía su trabajo, su nueva condición, y sobre todo, su testarudez y radicalismo donde todo es blanco o negro, sin lugar a matices, que es lo que le da color a la vida. Eso hace parte de su idiosincrasia paisa, que tanto daño le ha hecho a este país. 
Yo veo las fotos que tengo de esa época, y no encuentro el infierno. Tal vez el día más complicado fue en mis cumpleaños, por todo lo que implicaba para mí cumplir cuarenta años. Mi exnovia me había prometido una gran celebración, con mucho baile, invitados, regalos, comida y buena bebida. Yo estaba con ella, en el apartamento, esperando la visita de unos desconocidos, pero es injusto decir que no fue bueno aquel día. Hubo una torta deliciosa preparada por ella, comimos en un buen restaurante con sus hermanos y además me entregaron el carro para estrenarlo. Fue un día muy especial, empezaba a ser un padre de familia con un hogar de verdad. No veo esa época como la peor de mi vida, por el contrario, fue el momento más feliz de mi existencia. Y por eso he pasado los últimos tres años como loco tratando de recuperar aquella familia que perdí. 
Ella dice que la traté muy mal cuando ella se fue a estudiar a otra ciudad y se llevó a la niña. No debería haber esperado una reacción de complacencia en una persona como yo. Me dijo que regresaba en 15 días, yo la apoyé en todo, quería que cumpliera con sus sueños frustrados, que borrara su pasado triste de haber abandonado la universidad y terminara por fin aquel ciclo. Pero no calculé la pérdida, confíe en ella pero se llevó mi corazón, me volví loco, le dije de todo, quería a mi hija, estaba destrozado y no sabía qué hacer. Cuando ella regresó a mitad de año, empezó a vender todas sus pertenencias, a empacar lo que le interesaba y a regalar todo lo demás. Mi alma se deshizo en mil pedazos. Ella me abandonaba. Lloré, lloré mucho, internamente, sin hacer demostraciones al mundo, al fin y al cabo, era sólo mi problema. 
Creí que con un buen contrato con una alcaldía podía salvar el año, unas buenas asesorías educativas iban a mejorar las condiciones económicas y podríamos estar en constante comunicación, viajaría a ver a la niña y además le ayudaría a ella a culminar sus estudios, pero no fue así. Fue un absurdo confiar en una contratación con una alcaldía, todo se dilató, cada vez hubo más trabas y finalmente no volví, muy seguramente a quienes pedí ayuda se quedaron con el contrato, así es este mundo de la política. El siguiente año fue peor, mi hija no pasó Navidad conmigo, inicié el año sin ella y la disculpa fue que ella tenía que trabajar en almacén durante la temporada para tener algún dinero. Yo estuve peleando con ella, pues ese trabajo lo hubiera podido tener aquí y estar juntos como familia. No fue así, en enero las cosas se complicaron más, se  nos acabó el deseo, el amor, todo se iba yendo. Ella se fue a seguir logrando sus sueños, yo me quedé llorando en la terminal de buses, viendo a la niña sin ninguna esperanza de volverla a tener en mis brazos.
El trabajo disminuyó, empecé a buscar algo estable, en una universidad, que me permitiera ponerme al día con las deudas, poder enviar dinero a mis hijos y estar más cerca de mi hija, tal vez recuperar la familia, hacer las cosas al derecho, como dicen. Y bueno, al fin llegó el tan anhelado trabajo, no fue un súper sueldo pero alcanzó para solucionar los problemas económicos, sin embargo nada es completo. El trabajo me absorbió casi todo el año, no tuve tiempo para visitar a mi hija, no hubo la tal estabilidad esperada, todo fue un nido de buitres, esperando a que alguien fallara para demostrar quien sabía más, triunfar a costa del fracaso de los otros, siempre con el miedo de dejar en evidencia su propia mediocridad. Así fue el trabajo de ese año. Aprendí mucho, conocí excelentes personas, profesionales idóneos pero también la peor condición del empleado público sujeto a la lagartería, a cepillar y alabar la mediocridad, la estupidez para aferrarse a un puesto como única razón de ser de su existencia. Todo lo que yo tenía en mi vida no lo había conseguido allí, ese trabajo sólo era una circunstancia, por lo tanto no podía aferrarme allí, seguir la misma línea de los demás compañeros, pasar por encima de los demás, aprovecharse del trabajo de los demás, siempre para tratar de sostener una vida miserable. Mi objetivo era claro: volver a ver a mi hija. 
Mi contrato terminó un 23 de diciembre, pasé 24 con mis padres, me pagaron el sueldo ese día pero mi liquidación me la iban a pagar tres meses después. Alguna compañera, con una intención proterva, se lamentaba que no íbamos a poder hacer en Navidad nada de lo planeado por falta de dinero, que no iba a poder ver a mi hija. Nada más lejos de eso. El 25 de diciembre viajé por la noche en busca de mi hija. Esa mañana del 26 volví a abrazar a mi hija después de casi un año. Lloramos largo rato y no nos separamos para nada, valió la pena la espera. El trabajo de la universidad dio sus frutos. Estuve casi un mes con mi hija, viajamos en avión y pudimos disfrutar de buenos días. Sabía que en Semana Santa iba ir a verla, tenía lo de la liquidación y estaba muy contento de volver a estar ella. Además ella estaba terminando la carrera y me dio cierta esperanza que podíamos volver a ser una familia. Estaba esperando un mejor trabajo, mejores condiciones de vida y por eso le apunté a salir de la ciudad, esperaba trabajar con la misma universidad pero en una ciudad intermedia, además hacer asesorías educativas en las alcaldías de los amigos. El alcalde de mi pueblo se interesó en mi propuesta y me ofreció su apoyo, empecé a mover contactos, buscar nuevas líneas de trabajo y aprovechar mi potencial, pero nuevamente caí en las garras de la burocracia y la mediocridad. El trabajo de la universidad se lo dieron a la más inepta de las profesoras, simplemente por una amistad y por aprovechar el trabajo realizado por mi compañero y yo, espero que ya haya aprendido a prender un computador. El alcalde me dio su palabra de gallero y no cumplió, y las deudas volvieron, con más fuerza. Pero ahora mi hija estaba allí, también con más fuerza, y puse un límite para mi relación. Hasta diciembre. 
Hace unos días hice un video cuando emprendía un viaje en busca de mi hija. Alguna amiga me dijo que estaba preocupada. Ayer mi hermana me dijo que yo me iba a suicidar por lo que se podía ver en ese mensaje. Quedé muy preocupado. Qué mala lectura tienen de las cosas. A mis 18 años tuve una novia que me puso los cachos y yo estuve a punto de suicidarme, ese momento no es un buen recuerdo para mí. Si yo hubiera hecho eso por culpa de esa mujer me habría perdido la oportunidad de conocer la inmensidad de personas que se han cruzado en mi vida, y eso no se lo perdono. Cada día quiero más la vida, tengo mayores responsabilidades para estar aquí, y una es ser feliz. Una novia me dijo que había perdido diez años de su vida conmigo. Me dio muy duro ese mensaje pero después pensé que yo gané mucho en esa relación, no en lo económico, como su familia lo piensa, sino en lo afectivo. Conocí seres maravillosos alrededor de ella. Luego otra novia me maldijo y me deseó la peor de las suertes. Ella me ofreció su pasión y se lo agradezco, siempre le he deseado lo mejor. No quiero hablar de la mamá de mi hijo, no existe para mí. Otra novia me dio su alegría y yo la defraudé. La mamá de mi hija dice que ya no quiere nada conmigo, que tiene un futuro allá y que piensa su vida de otra manera, que yo las abandoné y que ella es una madre soltera. Muchas mujeres han pasado por mi vida, siempre he sentido que cada una es mejor que la anterior. Mi hija acaba de despertarse, me mira escribir y dice que quiere aprender a escribir. Me acompaña en estas fiestas, me hace muy feliz, es mi compañera del camino, es mi futuro. Estoy oficialmente soltero, espero algún día tener una novia, mejor que las demás, desde mi punto de vista, y no me siento fracasado, he hecho muchas cosas y he perdido otras, como todos los mortales, no soy mejor ni peor que nadie, simplemente escribo lo que pienso. Ahora, en medio de las deudas y el desempleo, tengo mucho que hacer. Por ejemplo, un desayuno para mí hija, bañarla y vestirla muy bien, darle muchos besos y hacerla feliz. Mi niña está jugando con el teclado, tengo que irme, ella dice "sigue escribiendo, homble"… Muygddcssvjukkkhbnmhhjngfffwaaqfh bhgjgfhjbyhh

miércoles, 12 de agosto de 2015

La Censura

Un profesor que tuve en la Universidad Nacional publicó hace poco un libro sobre la cultura y su politización en este país: La cultura en la república de narco. Como casi todo lo que él escribe, levantó ampolla en muchos espacios, lo criticaron, lo repudiaron y hasta lo negaron. Su actitud es irreverente frente a toda institucionalidad. Cuando tomé su curso sobre Borges, despotricaba a lengua suelta contra las directivas, no dejaba títere con cabeza y muchas veces se pasaba, al violar las intimidad de sus contradictores y herir susceptibilidades con sus grotescos comentarios. Hoy en día es un crítico consumado del gobierno Santos y un gran defensor de nuestro gran colombiano: Álvaro Uribe Vélez. Las paradojas de la vida. Sin embargo, detrás de sus ignominiosas palabras siempre hay algo de verdad, y su libro da en el punto sobre el festín que ha provocado la cultura en Colombia: dineros del Estado subsidiando familias presentantes a través del rótulo de apoyo al arte y la cultura, grandes lagartos que asumen papeles preponderantes y que no tienen ni idea de lo que hacen, algunos intelectuales recogiendo las migajas que apenas le llegan de ese absurdo presupuesto. Como es de lógica, él mismo procura publicar todos sus textos en una revista de poesía, blogs o editoriales independientes,  para evitar la inevitable censura de las grandes editoriales y entidades institucionales. Es un juego al que está acostumbrado y sabe sortearlo de maravilla. La censura se da en las instituciones universitarias, en los congresos de literatura, en cualquier evento o revista cultural que promueva un gran encuentro de artistas nacionales e internacionales. Una buena estrategia es invisibilizar a quien incomoda de alguna u otra manera. Tienen sus argumentos y puede que sean válidos. Muchos se defienden de las injurias con productos literarios y artísticos, con artículos de opinión, con festivales de gran calidad, publicaciones colectivas, etc. En eso consiste el largo trasegar de la escritura y del arte en general: una visión crítica de su entorno.
A finales del año pasado, el director del grupo de literatura que hay en mi pueblo Nemocón, me pidió una colaboración para realizar el oficio de corrector de texto y estilo de unos cuentos que habían escrito sus estudiantes sobre algunas leyendas que rondaban el imaginario popular. Me pareció un buen trabajo, pues mi labor académica se ha encaminado en los últimos 10 años a revisar y corregir diferentes ensayos, tesis, ponencias y alguno que otro texto creativo, tanto de estudiantes como de docentes de las diferentes universidades donde he laborado. Consideré como un buen aporte al desarrollo del libro, mi experiencia en esta área. Además me solicitaron un prólogo que plasmara la historia de Nemocón, la esencia de las leyendas y una pequeña reseña de cada uno de los autores y su estilo creativo. Esta labor fue muy interesante, me reuní con cada uno de los autores, corregimos errores gramaticales básicos y complejos, desfases históricos, coherencia y cohesión en algunos párrafos, incluso algunos se reescribieron para que quedaran más o menos presentables para una publicación como ésta. Toda la labor fue convenida junto con los autores, se les preguntó primero, antes que realizar cualquier cambio, esa debe ser la labor de un corrector de textos responsable. Luego investigué en los pocos libros de historia de Nemocón, para poder realizar un prólogo que se acomodara a las circunstancias del caso, con informaciones adecuadas y sustentadas con citas bibliográficas serias, como corresponde a un académico que exige rigurosidad en todos los estudios presentados. Se hizo un análisis sucinto de los textos de cada uno de los autores y se dejó la propuesta para recopilar la memoria de algunos acontecimientos históricos que estaban por recoger, sobre todo de esos ancianos que estaban desapareciendo y que podía aportarnos infinidad de información sobre ese municipio que fue y que ya nadie recuerda. Cuando entregué el producto, todos estuvieron de acuerdo con el contenido del prólogo, lo elogiaron y no tuvieron muchos reparos en su estructura. Sin embargo cambiaron algunos pequeños apartes que según ellos se podía interpretar como político. No me pareció el argumento pero no dije nada, la modificación no alteraba la esencia del texto.  Sobra decir que este trabajo fue una colaboración personal, si ninguna remuneración, era mi aporte profesional a un labor cultural del municipio. La Casa de la Cultura y la Alcaldía Municipal publicarían el libro y sería en un evento público.
Hace casi un mes, me encontré con el director de la biblioteca en una esquina del parque municipal y me informó que el libro ya se había publicado y que estaba a punto de lanzarse, sin embargo habían suprimido el prólogo por orden de la alcaldía. Me sorprendió desde todo punto de vista y por supuesto pregunté el porqué de esa decisión. Ninguna explicación me dio, simplemente que en la alcaldía habían dicho que se publicaba el libro pero sin ese prólogo, que otra persona lo hiciera. ¿Quién lo dijo? ¿Cuáles fueron sus argumentos? ¿Por qué se había tomado esa disposición? Él no lo sabía, no quiso decirme quien dio la orden y nadie expuso ningún argumento. Sólo fue una decisión arbitraria, como todas las decisiones que profiere cualquier funcionario de medio pelo con un mínimo de poder haciendo buen uso de su infinita ignorancia. Varias cosas tengo que decir frente a esto:
Es una verdadera falta de respeto a mi trabajo profesional por parte de todos los implicados, tanto de las personas que me solicitaron la colaboración como quienes decidieron la censura, pues lo mínimo que uno pide es que le informen sobre tal hecho, de una manera formal y no por un encuentro casual como quien no quiere las cosa; no tienen vergüenza para esto. Cuando unos se cubren con otros quiere decir que todos estuvieron de acuerdo. Exoneraron al alcalde pues este ni siquiera había leído el título del libro, según dijo la persona que me informó.
No culpo a las personas que hicieron el libro, pues por culpa mía podrían haber perdido los 15 minutos de fama que todo ser humano se merece. Sin embargo, por pura ética de un trabajo serio y colaborativo se hubiera solicitado aunque fuera un argumento válido para defender todo un proceso de varios meses. La cultura vuelve a ser un desecho de las instituciones que se mueve dependiendo el estado de ánimo que tenga ese día quien aporta un pírrico presupuesto para cualquier actividad.
Decir que algo no se publica, sin ningún argumento y evidenciando toda una carga de ignorancia, se ha convertido en el deporte nacional de un país de ignorantes, polarizado, retrógrado y lleno de escrúpulos. Esto que hicieron con mi texto no es nada comparado con la cesura que realizan a diario todos los periódicos, revistas, programas de televisión, etc. a lo largo de esta nación. Acallan, amenazan, asesinan, suprimen espacios, invisibilizan, ignoran, infinidad de cosas para que alguien no diga algo que incomoda o que evidencia otra verdad. Mi profesor de la universidad sí que lo sabe.
Mi trabajo de maestría fue sobre la novela histórica y he venido haciendo una serie de investigaciones sobre la recuperación de esa memoria y la voz de los que no tenían voz. Una memoria histórica para buscar el camino de la reconciliación en un país que no quiere saber la verdad porque evidencia sus propios demonios. Mi propuesta fue recopilar la memoria de la violencia bipartidista a mediados del siglo XX pues ningún estudio hasta ahora lo había realizado. Haciendo conjeturas, podría pensar que éste pudo haber sido un argumento para rechazar mi escrito. Soy demasiado ingenuo para creer que lo leyeron.
Como éstas son épocas electorales debieron pensar que no estaba apoyando al candidato del alcalde, por tal motivo no iban a premiar a alguien que estaba en el otro bando. Demasiada absurda esta idea, pero dado el grado de ignorancia que permea todas las instituciones públicas del país, puede ser la más evidente. La verdad están muy equivocados, tengo a los dos candidatos como amigos en el Facebook, me parecen personas respetuosas, responsables y jóvenes, espero que la alcaldía se renueva con ideas frescas propias de la juventud, y que además puedan leer este texto. No he hecho ningún comentario positivo o negativo de alguno de los dos, pero frente a estas circunstancias se me empieza a aclarar el panorama. Definitivamente es horrible la política.
He decidido no volver a colaborar en ninguna actividad cultural del municipio de Nemocón, mi trabajo merece respeto y si no lo hago respetar yo, no espero que nadie lo haga. Pertenezco al centro de historia, pero desde aquí presento mi renuncia formal a una entidad que se convierte más en un problema político que en un centro de investigaciones. De hecho mi crítica era que un centro de historia que llevaba tanto tiempo de creado y que no había hecho ninguna investigación o publicación no tenía sentido. Había que proponer algunas investigaciones sobre la historia de Nemocón y hacer gestión, pero de esa manera es imposible. Soy docente de dos importantes universidades del país, tengo algunos proyectos de investigación y estamos en un grupo de formador de formadores con la UNAD creado cursos virtuales para docentes. No se trata de alardear pero creo que esta experiencia debe valer para algo y no puede ser arrastrada por cualquier funcionario anónimo y resentido. 
Censurar a alguien es muy fácil, de alguna u otra manera siempre lo hemos padecido, alguien nos censura nuestros actos y nosotros accedemos, bajamos la cabeza, aceptamos nuestros supuestos errores, no quedamos con un resentimiento inmenso y mantenemos estos demonios por el resto de nuestra vida. Escribí este texto para matar ese demonio, es mi única arma, la escritura, la palabra, decir lo que pienso me parece un gran ejercicio emocional. Ahora entiendo a mi profesor así no comparta muchas de sus apreciaciones, nada más absurdo que un revolucionario uribista. No estoy tan adolorido como parece, pero creo que ese acto merecía una respuesta de mi parte, al fin y al cabo a mis estudiantes no les permito que coman entero todo lo que se les dice y hace, esa es mi labor pedagógica, para eso estudiamos, para vivir con un espíritu crítico y argumentativo, eso nos hace libres.


Nota: Afortunadamente existen este tipo de espacios donde se puede publicar el prólogo al libro “Contaban los abuelos” que fue censurado por “alguien allá arriba”, como me explicó el director de la biblioteca municipal. Espero que no haya cometido tantos desfases y horrores como para de verdad merecer tan indigno castigo. El enlace es:  

http://elinfiernotantemido.blogspot.com/2015/08/memoria-de-sal.html 

jueves, 16 de abril de 2015

Temblando

Hace muchos años, cuando cursaba 9 grado, estaba en furor el rock en español y apareció una canción fabulosa de los Hombres G, “Temblando”. De inmediato se convirtió en un himno, sobre todo para un adolescente angustiado y decepcionado de la vida como yo. Todo marchaba muy mal, el colegio no funcionaba, el amor verdadero no aparecía, o si había llegado se marchaba muy rápido, los problemas familiares se mostraban monumentales, la economía no era la mejor y mis compañeros no querían entenderme. El fin estaba próximo, lo presentía, no había ninguna esperanza. Tanto era la angustia que hasta los problemas mundiales se volvieron una obsesión, la inminente guerra nuclear, los grandes héroes revolucionarios que iban muriendo, el problema de la vida en este planeta y su posible extinción por fuerzas extraterrestres,  etc. Todos estos problemas trascendentales que vive un adolescente me confinaron a mi cuarto y a escuchar la canción “Temblando”. Y en verdad temblaba, no sabía a ciencia cierta por qué, pero temblaba y la música me acompañaba en ese sufrimiento existencial. Mis noches finalizaban escuchando Radio Tequendama, el rock en español y las baladas americanas que tanto hacían soportable mi insignificante vida. 
Pero amanecía  y nuevamente el mundo estaba allí. Todo parecía igual pero no era así, el tiempo estaba pasando, todas las cosas se iban volviendo irrelevantes o más conflictivas, pero el tiempo iba pasando. Leía, escuchaba, veía. Las cosas hermosas me estaban rodeando y no sabía entenderlas. Poco a poco me fui asombrando por el mundo, cómo era de ancho y ajeno, finalmente algo que a mí no me importaba: yo lo quería conocer, agarrarlo, destrozarlo y volverlo a rehacer. Su colorido, su sonoridad, lo que decía. Eso era lo mejor. La literatura, la música y el cine me bridaron ese placer. Claro que a veces me patearon en la cara y casi me fui al abismo. Era imposible tener alguna esperanza después de ver a Betty Blue en un inmenso teatro de Chapinero con unos pocos espectadores;  o la rabia que nos daba al saber que la familia Buendía no tendría una segunda oportunidad sobre la tierra; finalmente escuchar la canción “Temblando”, en la oscuridad de mi cuarto, después de que el amor de mi vida me dijera que ya no quería volverme a ver.
Entonces la muerte se convierte en la mejor solución. Apague y vamos. Pero es ahí donde inicia el problema. 
Después de casi treinta años de haber pensado en esta absurda solución, reflexiono en todo lo que hubiera perdido si un hecho como este se hubiera llevado a cabo. Las personas que jamás hubiera conocido, el amor a los padres y la familia, el amor a los hijos, el amor a las mujeres, el amor a los amigos. Tantas cosas han pasado por mi vida que me siento agradecido. Todavía me falta mucho por conocer en todos los aspectos. Ver crecer a mis sobrinos, superarse y mejorar en todos sus proyectos, extenderse la familia es una gran bendición de la vida. La parsimonia y sabiduría de mis padres que cada día me enseñan cosas nuevas. El milagro de mis dos hijos, en condiciones diferentes, que los hacen únicos. Los amigos, que parecen pocos pero fundamentales, me acompañan en esta soledad de la vida. Mis estudiantes que se convirtieron en una razón de ser, donde pude explayar todo mi conocimiento, no siempre de la mejor manera. Todo el amor que me han brindado las mujeres de mi vida, de una u otra manera estoy muy agradecido con ellas, han forjado mi corazón, bien sea con amores o desamores. Espero que lleguen muchas más. 
A veces uno no puede estar con la persona que más ama, sobre todo cuando resulta que esa persona es una mujer, no una supermodelo, sino una hermosura que apenas va a cumplir tres años. Sin embargo se convierte en una motivación para seguir amando la vida. Otras veces el destino nos depara el encuentro fortuito con un amor perdido, que de alguna manera nos motiva a rememorar nuestras mejores épocas, pero con más calma. Algunas veces, el verdadero amor aparece en un esquina, en un bus, en una fila, pero desaparece apenas nos rozamos, nada es para siempre. Hace poco vi una película del director  Wong Kar-wai, “Chungking Express” y nadie como él para entender los problemas del amor y su imposibilidad. Unos personajes solitarios que buscan el amor, pero que se cierran tanto o se ciñen a su pasado, da como resultado el impedimento de estar juntos. Así sucede con sus dos obras maestras “Deseando Amar” y “2046”.  Todas llenas de pasión, de música seductora, hermosas escenas y un dolor profundo por no quedarse por siempre con el ser amado como debiera ser. Eso pasa en el amor. Sin embargo estamos para eso. Es lo que nos hace más fuertes, más sólidos, más maduros y lejos de la angustiosa adolescencia.
Pero la vida es terrible, tiene una ironía aterradora, en cuanto más se quiere, más nos golpea. No todo puede ser de la mejor manera. Y este escrito no me lleva a un desamor, sino a algo peor, una desilusión de la vida. Hace unos meses me enteré que un estudiante mío había muerto hacía más de un año. Fue un choque total para mí. No lo podía creer, recordé sus palabras en el salón, su risa, los chistes, sus nervios al exponer, todo ese escepticismo y crítica frente al sistema, una sociedad que no brindaba nada y sin embargo él estaba terminando su carrera con la esperanza de cambiar su vida. Creo que lo logró. Sus hijos así lo entendieron. Lo que da rabia es que una enfermedad terminó con sus aspiraciones y sus esfuerzos, así no más. Y yo me enteré un año después. Eso no lo entendía. Hoy, otro de mis estudiantes ha muerto y esto es más duro para mí, no tanto por rechazar el ciclo de la vida, sino por la juventud de él. Lloro por él, todo es tan inexorable, un adolescente apenas, que le explota el mundo encima y nos preguntamos ¿por qué? Me siento impotente, como todos sus seres queridos, pensando en qué hubiera podido ayudar, en cuáles palabras le hubieran salvado la vida, pero nada tiene explicación. Sábato, en su novela “Sobre héroes y tumbas”, tiene un personaje adolescente al que le ocurre la terrible tragedia de haber perdido a su gran amor, Alejandra. No tiene familia, no tiene futuro y todo está perdido. Llega a un hotel barato con la intención de quitarse la vida. Pero amanece, ve por la ventana al señor de la leche, a las personas que van al trabajo, a todo el mundo realizando las cosas cotidianas como si todo siguiera igual, entonces Sábato le perdona la vida a su personaje. Le preguntaban por qué y él decía que un adolescente no debe morir, es nuestro deber que esto no ocurra. Por el contrario, Martín se va para la Patagonia a buscar el frío que lo purifique. Si algo no acepto es la muerte de un joven. Son ellos los que deben tragarse el mundo y transformarlo a su imagen y semejanza, hay que brindarles todas las oportunidades, decirles que el mundo vale la pena, que hay siempre algo nuevo para hacer, que a pesar de todas las derrotas, siempre el mundo estará a nuestros pies. Pero no lo hice. Siento que lo estoy haciendo demasiado tarde, y por eso, en la oscuridad de mi cuarto, vuelvo a estar temblando.

jueves, 26 de marzo de 2015

El día de la “exelencia”

Hace muchos años, para mitigar un poco nuestra pobre condición de estudiantes, decidimos con algunos compañeros iniciar la primera empresa académica alrededor del barrio donde vivíamos. Yo me encargué de realizar un letrero que promoviera nuestras cualidades intelectuales: “Se hacen trabajos en computador, se realizan tareas, se escriben ensayos, se hacen cartas. Se garantiza exelente ortografía”. Nuestro negocio fracasó de inmediato por obvias razones. A veces no sólo bastan las buenas intenciones, hay que tratar de ser coherentes con lo que se dice y se hace. Creo que lo mismo sucede con la excelencia educativa que tanto habla el gobierno en estos días. A esa excelencia le falta algo, igual que la misma exelencia de mi publicidad. Quiero exponer algunas reflexiones que tengo sobre los problemas de la educación en este país.
El primer problema que veo en la educación es el supuesto enfoque democrático que se le pretende dar ahora. 10.000 becas universitarias para los mejores estudiantes de este país. Podrán estudiar en las mejores universidades de Colombia. Entonces los mejores estudiantes deciden ir a estudiar a las universidades más caras (entre más alta sea la matrícula será mucho mejor la universidad). Esto es toda una falacia. Un estudiante paga diez millones de pesos por un semestre en la universidad de los Andes. Está garantizando una calidad académica insuperable, además que su futuro se asegura porque se codea con la crema y nata de este país. Ésta es otra falacia peor. Me invitaron a una reunión de la universidad donde trabajó en el club El Nogal, en el norte de Bogotá. Todo era espectacular, grandes salones, decoraciones majestuosas, ascensores impolutos, hasta me puse corbata después de diez años. Pero todo pasó muy rápido. Del ascensor me indicaron rápidamente a dónde me debía dirigir. Los discursos fueron muy largos y el cóctel muy corto. Luego de dos horas todo terminó. Nos equivocamos de ascensor y terminamos en el gimnasio y la sala de squash. Nos miraron raro. Éramos unos desconocidos a pesar de las corbatas, no teníamos derecho al acceso de esos lugares a pesar de estar en el mismo edificio. Tampoco queríamos entrar. Simplemente estábamos perdidos. No creo que la equidad consista en que los pobres vayan a donde los ricos se divierten, y por un segundo puedan conocer lo que es el paraíso. No creo que por estudiar en una universidad de clase alta, ya pertenecemos a las élites de este país. Por el contrario, se termina siendo la escoria del paraíso, el ladrón de poca monta que ha venido a subvertir la paz que tanto ha caracterizado a tan magnánima institución. Paradójicamente, el programa de becas termina beneficiando, más que a los estudiantes, a las mismas instituciones. Las universidades privadas son un negocio, su primer propósito es ser rentable, y lo son. Muy rentables. Y eso no está mal, por eso es un negocio. Algunas se preocupan por la excelencia académica, cumplen con una buena cantidad de requisitos, apoyan investigaciones, promueven el avance académico. Otras sólo quieren cumplir con la acreditación del Ministerio de Educación. Si se hace algo importante es para mostrarlo en la visita de los “pares académicos”. Creo que con los diez millones que vale un semestre en una universidad privada, podrían estudiar diez estudiantes en una universidad pública. Siempre he sido un defensor de la universidad pública, a pesar de que trabajo en universidades privadas y las respeto mucho. Pero definitivamente las universidades públicas son las que mejor hacen el trabajo para acabar con la brecha social. Una universidad que promueva estudiantes de altas calidades académicas, con un sentido social, capaz de confrontar cualquier problema, asumir responsabilidades y buscar soluciones efectivas. “Sí, pero quienes mandan en este país salieron de una universidad privada. Allí están los contactos” me argumentan. Les recuerdo que Colombia no es el mejor país en lo que respecta a sus instituciones públicas, no ha sido manejado de la mejor manera, no es un dechado de virtudes. No quiero generalizar esta idea, tengo estudiantes de universidades privadas que son excelentes académicos, grandes profesionales que no sólo piensan en una educación para el trabajo, sino en una educación para la empresa. Simplemente pienso que el Estado debería apostar por la educación. Consolidar grandes universidades públicas que le dieran acceso no sólo a los estudiantes más pilos de este país, sino a los menos pilos, a los que están en la media, a los que por una u otra razón han sido víctimas del desastroso problema de la educación básica y media de este país. Al fin y al cabo todos tenemos derecho de educarnos en las mejores condiciones, pero óigase bien, todos. 
El segundo problema que quiero abordar está referido a los docentes del estado. Cada cierto tiempo se realiza un concurso nacional para ocupar vacantes o suplir necesidades de docentes en el territorio nacional para colegios y escuelas. Hacia el 2002 se realizó un concurso docente después de un buen tiempo de no haber hecho convocatorias. Todo profesional podía inscribirse, lo único necesario era el talante y las ganas de enseñar, pasar el examen y cumplir con la entrevista. Por supuesto que muchos profesionales que se encontraban desempleados decidieron apostar su futuro a un trabajo estable, incluso a costa de ver frustrados sus sueños como ingenieros, arquitectos, matemáticos puros, críticos literarios, administradores de empresas, e incluso médicos. No importaba si no tenían una vocación pedagógica, lo importante era buscar un salvavidas en un país donde las oportunidades son escasas. La pedagogía se aprende en la medida en que se va enseñando. Lo importante es que yo como profesional sepa mucho del tema. Y así fue. Los exámenes valoraron, y aún siguen valorando, el conocimiento básico de su área. Algunos problemas básicos de pedagogía que se supeditaban a la lógica, hacían parte del enfoque educativo del examen, pero nada más. Había que dar trabajo y garantizar la cobertura académica, la forma como se iba a enseñar el conocimiento quedaba relegado a un segundo plano. En el camino se arreglan las cargas. Y entonces aquí quienes estaban en la obligación de defender la pedagogía no lo hicieron. Los estudiantes de la Universidad Pedagógica realizan cada cierto tiempo marchas, asambleas permanentes, bloqueos, pedreas y otro tipo de ejercicios gimnásticos heroico sociales en defensa de la lucha social, la universidad pública, la terminación del imperialismo mundial, la defensa del gobierno de Venezuela, la memoria de los caídos, y el derecho a la protesta, entre otras luchas propias del espíritu revolucionario. Pero se les olvidó luchar por lo fundamental, por su futuro como licenciados. Los licenciados hoy en día están de capa caída, son los culpables de la baja calidad académica, están entre los más bajos índices de evaluación, no cumplen con los mínimos requisitos de un docente idóneo en este país. Eso lo dicen las estadísticas, eso lo dice el concurso docente. Pues claro que sí. En un examen de conocimientos matemáticos se enfrentan un matemático puro, un ingeniero de sistemas y un licenciado en matemáticas. Los dos primeros llevan diez semestres enfrentados a los números mientras que el tercero perdió la mitad de su carrera aprendiendo estrategias pedagógicas, modelos educativos y enfoques académicos para enseñarme de la mejor manera, lo poco que aprendieron de matemáticas. Una cosa es saber un tema y otra cosa es poderlo enseñar. Dentro de mi experiencia como docente he aprendido algo muy importante, y es que si yo quiero saber de un tema muy bien, definitivamente la mejor manera es enseñarlo. Se organiza un curso y se discute con los estudiantes. Esa pelea no la supo hacer la Universidad Pedagógica y por eso encontramos hoy en día tantos docentes frustrados que se aferran a un salario absurdo pero estable, sin ninguna intención de mejorar, de transformar la educación de este país. Y se nota. Los niños que entraron al sistema educativo en este país en el 2002 presentaron la prueba PISA en el 2012 y ahí se vien los resultados. Somos casi los últimos a nivel mundial. En este país se debió priorizar la pedagogía antes que el conocimiento. Y esto me lleva al siguiente problema.
El tercer problema que quiero abordar está relacionado con la prueba PISA y nuestro desempeño a nivel mundial. Segú el ICFES,
"PISA (Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes, por su sigla en inglés) es un estudio internacional comparativo de evaluación educativa liderado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), que tiene como propósito principal evaluar en qué medida los jóvenes de 15 años de edad han adquirido los conocimientos y habilidades esenciales para su participación en la sociedad, a fin de identificar elementos que contribuyan al desarrollo de competencias y sea posible establecer diálogos sobre los aspectos que debe atender la política educativa de los países.
Este estudio se realiza en ciclos trianuales en los que se evalúan competencias en lectura, matemáticas y ciencias. En cada ciclo se hace énfasis en una de estas áreas. En 2000 PISA se centró en lectura; en 2003 el énfasis fue matemáticas; en 2006 en ciencias y nuevamente en lectura en 2009, año en que también se exploraron las habilidades asociadas con la lectura en medio digital. En 2012, el énfasis es en matemáticas, alfabetización financiera y resolución de problemas y en 2015, será en ciencias. Colombia participó por primera vez en PISA en 2006; en esa oportunidad fueron 57 los países participantes. En PISA 2009 este número se incrementó a 67 países, que representan el 87% de la economía mundial. En 2012 también participan 67 países, entre ellos Colombia".
En el año 2012 Colombia ocupó el último lugar y para todos fue un tremendo escándalo. Somos los más brutos del planeta. Bueno, cien años de violencia salvaje, masacres, bombas, secuestros y políticos también justifican este ingrato adjetivo. ¿Y por qué nos va tan mal en este tipo de exámenes? Entonces nos ponemos en los zapatos del estudiante. ¿Qué tipo de preguntas les hicieron, cuánto tiempo tuvieron, quiénes hicieron y evaluaron las preguntas? Analicemos una pregunta y quizás podamos entender el problema.
La fórmula para la máxima frecuencia cardiaca recomendada = 208 – (0,7 x edad) se usa también para determinar cuándo es más eficaz el ejercicio físico. Las investigaciones han demostrado que el ejercicio físico es más eficaz cuando los latidos cardiacos alcanzan el 80% de la máxima frecuencia cardiaca recomendada. Escribe una fórmula que calcule la frecuencia cardiaca recomendada para que el ejercicio físico sea más efectivo, expresada en términos de edad.
Ejemplos de respuestas: • Frecuencia cardiaca = 166 – 0,56 x edad. • Frecuencia cardiaca = 166 – 0,6 x edad. • f = 166 – 0,56 x e. • f = 166 – 0,6 x e. • Frecuencia cardiaca = (208 – 0,7 x edad) x 0,8.
Qué veo aquí. Un problema complejo que requiere una respuesta rápida y efectiva. Para eso se requiere una palabra básica dentro del mundo de la pedagogía: la estrategia. ¿Será que el niño de Singapur es mucho más inteligente que el niño colombiano? ¿Tiene colegios más bonitos, es más juicioso, no tiene dificultades económicas, no es pobre, es una raza superior? No lo creo. El problema radica en la estrategia. El profesor de Singapur enseña mejores estrategias para resolver un problema que el profesor colombiano, por lo menos son más efectivas y ágiles. Saber enseñar significa hacer entendible lo que aparentemente no se puede entender y para eso se requieren metodologías que permitan hacer fácil lo difícil. Cuando enseño gramática, procuro poner ejemplos prácticos, jocosos y hasta absurdos que permitan afianzar cierto concepto complejo de una manera menos dramática. El que tenga la mejor estrategia definitivamente resolverá el mundo a su favor. Nos ganan no porque sepan más, sino porque son más hábiles a la hora de exponer esos conocimientos. ¿Y quién enseña estrategias? Un docente con vocación. Alguien que sepa de pedagogía, alguien que tenga didáctica para enseñar lo que sabe. Cuando dicté el curso de Didáctica de la literatura en la Universidad Pedagógica, mi principal preocupación radicaba en cómo brindarle a ese futuro docente las herramientas necesarias para enseñar algo que aparentemente no tenía un valor práctico pero sí un valor espiritual: la literatura. Un cuento, una novela, un poema debe llegar a sus estudiantes. El problema no es que lo lean, el problema es que se apasionen por lo que leen. Para hacer eso se requiere de estrategias. Algunos docentes lo hacen, otros no les interesa, al fin y al cabo están allí por situaciones ajenas a su voluntad, otros aplican la estrategia del mínimo esfuerzo. Y esto nos lleva al siguiente problema.
Por estos días, un concejal de mi pueblo natal me pregunto sobre cuál era el principal problema de la educación en Nemocón. Le respondí que “La innovación”. La falta de innovación educativa ha generado un retraso clave en la calidad académica. Y este problema aplica tanto para ese pequeño lugar como para todo el país. Pero ¿qué significa innovación? La juventud es atrevida, y muchas veces el joven profesor llegar con ideas revolucionarias para tratar de cambiar esa concepción paquidérmica y menguada en la que está sumida toda la educación. De inmediato todo el mundo se pone alerta. Esto es muy peligroso, puede traer consecuencias nefastas, alterar el equilibrio de la comunidad educativa. Innovar significa cambio, cambio significa nuevas formas de pensar, esas nuevas formas de pensar requieren de un proceso, y proceso significa trabajo. De tal manera que una innovación puede generar más trabajo del que se tiene, y esto para muchos docentes es una verdadera tragedia. “¿Para qué trabajar tanto si al fin y al cabo nos van a pagar lo mismo, hagamos mucho o no hagamos nada?”. Es una premisa muy común en muchos docentes oficiales, y la conclusión es muy clara: realizar un trabajo con el mínimo esfuerzo, no desgastarse tanto, al fin y al cabo los 45 estudiantes con los que nos enfrentamos en un salón, cumplen esta labor de manera contundente cada minuto de nuestras vidas. Bastante problema tenemos al tener que callar a todo un curso vociferante sumido en la más absoluta locura. ¿Mientras innovamos quién controla? Esa es la gran pregunta, todo se puede ir al caos, los coordinadores prefieren que los docentes se ciñan a los lineamientos curriculares, así nunca nos hayan leído o interpretado. No se puede inventar nada con los niños, esos inventos hay que dejarlos para los genios del ministerio. Nosotros cumplimos órdenes y su función está en mantener por un lapso de tiempo, en un asfixiante salón, ocupados a estos 45 individuos. Luego, a tomar tinto y olvidarse del mundo. Hace algún tiempo, en una conferencia sobre evaluación, una profesora, doctorada en pedagogía, explicaba que la mejor forma para evitar el desgaste en la profesión de docente, radicaba en las didácticas pedagógicas que podía aplicar dentro del aula. Si desarrollaba una buena estrategia para enseñar un tema, una adecuada metodología para evidenciar el aprendizaje y una dinámica grupal que permitiera interactuar entre los participantes lo aprendido, estaríamos no sólo desarrollando un buen proceso pedagógico, sino que nos quitaríamos una gran carga de trabajo repetitivo y sin sentido. Por lo tanto considero que innovar, al contrario de lo que se piensa, significa menos desgaste y más calidad. Finalmente es lo que se busca. Pero para eso hay que sentarse a pensar en el problema, en lo que se quiere enseñar, en lo que se debe enseñar y en lo que se necesita enseñar. Hay que ser creativos y no tenerle miedo a salir del salón. Bueno, hoy en día los estudiantes son nuestra responsabilidad por cualquier cosa que les suceda. Por eso es mejor tenerlos encerrados. Pero para eso están las estrategias que pueden innovar la forma de ver el mundo. De eso se trata la civilización y por eso hemos avanzado tanto en la tecnología y en la sociedad.
Finalmente el último problema que quiero abordar está emparentado con lo anterior. Pueda que tengamos ideas geniales, pueda que tengamos las mejores intenciones, pueda que todos los espacios se presten para nuestra innovación, pero no somos capaces de desarrollarla, de ponerla en práctica por una sencilla razón: no la sabemos explicar. Y aquí viene un problema crucial dentro de la educación actual tanto del país como del mundo entero: no sabemos argumentar. Todo debe girar en torno a la argumentación. Eso lo explicaba muy bien un profesor del Doctorado en Pedagogía de la Universidad Pedagógica. El gran problema de los docentes, de los estudiantes en todos los niveles, de las políticas educativas es la falta de una pedagogía de la argumentación. En la medida en que no somos capaces de argumentar, no podemos interactuar con el otro, entender la diversidad, aceptar un pensamiento distinto, diametralmente opuesto al nuestro, convivir en comunidad y procesar una mejor sociedad. Esto tiene mucho de dónde cortar y los grandes filósofos franceses y alemanes de la posmodernidad han gastado infinidad de trabajos para tratar de explicar lo que nos hace tan contemporáneos, tan actuales pero a la vez tan primitivos y tan bárbaros. Considero que la educación debe estar inmersa en un proceso argumentativo, todo debe girar en torno al qué y al cómo se dice, a las estrategias, a la innovación, a la interacción con el otro. Si no sabemos cómo expresar lo que pensamos estaremos sujetos a callar y aceptar lo que otros nos impongan, a sobrevivir y no convivir, a laborar y no crear, a actuar y no pensar.
Estas son las reflexiones que tengo sobre la educación en mi país a propósito del Día de la excelencia promovido por el Ministerio de Educación. Se me quedan por fuera muchos temas que quisiera tratar como por ejemplo el concurso de ascenso a los docentes, unos exámenes que se convierten más que en una promoción, en una traba para el mejoramiento de la calidad de vida de un magisterio en total abandono salarial; los incentivos que pretende dar el gobierno a los mejores colegios; la capacitación docente y el incentivo a seguir estudiando por siempre; las jornadas complementarias y la actividad lúdica para los estudiantes; finalmente el estudiante universitario frente a una política de educación para el trabajo y no para la empresa. No tuve una excelente ortografía en los inicios de mi vida académica, cometí errores garrafales que salieron a la luz pública, pero poco a poco fui aprendiendo lo que me era desconocido, fui cauto y utilice las herramientas más adecuadas, maté mis fantasmas y descubrí el mundo fascinante de la gramática, hasta llegar hoy en día a ser docente en esta área. De eso se trata la vida, de ir aprendiendo, de cometer errores pero de buscar la excelencia, así nunca la alcancemos en su totalidad. No hace falta. Recuerden que lo importante no es la meta sino el recorrido. Allí está la excelencia de la vida.

viernes, 19 de diciembre de 2014

La Dignidad

A veces las personas tratan de destrozarnos la dignidad y lo logran. Es muy fácil hacerlo, simplemente con un pequeño texto que se burle de nuestras debilidades, nuestros defectos o nuestras costumbres, hacen mella en aquello que hoy en día parece no importarle a nadie. También actitudes frente a algunas circunstancias, hechos que aunque parecen ingenuos e insignificantes, terminan por crear un ambiente tan insoportable, que nos hacer dudar de nuestra existencia, de nuestra labor como profesionales y como personas. ¿En dónde hemos fallado? ¿De verdad estamos tan mal, nos equivocamos tanto, somos tan imperfectos? La dignidad es una palabra tan trillada, tan inconstante, tan de burla, que nadie se preocupa por resaltarla en su enciclopedia. ¿Y por qué? Porque nadie puede triunfar, ser feliz, avanzar, ser reconocido, sin que su dignidad se vaya al retrete. Nos toca bajar la cabeza siempre, aceptar que el otro tiene la razón así sea la estupidez más grade que uno haya escuchado, reflexionar sobre nuestro vergonzoso comportamiento frente a la sociedad, aceptar que nos hemos equivocado y mucho, y esperar esa maravillosa luz que no guíe por el buen camino de la honorabilidad y la rectitud. Eso es lo más desconcertante de todo. Creer que los demás son mejores que uno, y lo peor, creernos mejor que los demás. Voy a exponer varios ejemplos. 

En mi pueblo natal se mueven muchas envidias y resentimientos, todo por la cuestión política. Hace un tiempo apareció un panfleto donde se denigraba a muchas personas por su condición, su empleo, su pasado y hasta por la forma de vestir. No me sorprendió. Es constante este tipo de escritos anónimos que aparecen bajo las puertas, con una irresponsabilidad total, una ironía ramplona, pésima redacción y muy mala ortografía. Al autor parece no importarle, lo importante es que cumpla su cometido. Hablar sobre las inclinaciones sexuales de alguien, sobre el comportamiento de una mujer casada, sobre el enriquecimiento de un funcionario, sobre el pasado de un empresario, sobre la enfermedad de algún candidato, sobre las prendas que usan algunos ciudadanos, etc. Eso se convierte en motivo de risa para muchos, incluso llegamos a aceptar todas esos argumentos ramplones dándoles la razón muchas veces. ¿Quién los manda, bien hecho, al fin alguien les dijo, como es verdad? Mi pregunta es la siguiente, ¿Quién tiene autoridad moral para decir qué está bien y qué está mal? ¿Qué es lo correcto y qué es lo incorrecto? ¿Quién se atribuye el derecho de vilipendiar la dignidad de una mujer, de un hombre, de un homosexual, de un empleado, de una familia, de unos hijos, de unos padres? Cuando lo leí me puse en los zapatos de las familias y de los amigos de cada una de las personas de las que se hablaban mal. Tuve vergüenza ajena, no por las personas que allí se nombraban, sino por quien la escribía, quien apoyaba aquel bodrio de papel. Qué puede uno decir sobre la dignidad del otro. Al final decía que quien no era nombrado allí no existía. No sé si era para bien o para mal. Nos han borrado nuestra existencia, pero si aparecemos, somos arrastrados por el piso. ¿Con cuál de las dos formas queremos vivir? Nadie se pronunció, tal vez por vergüenza o porque aceptaron lo que decía, porque no merecía ningún crédito aquel escrito, porque no les interesaba batallar por la dignidad, del otro y la mía. Este es un pequeño espejo de lo que sucede en el país, en el mundo, en esta sociedad contemporánea consumista y mediática que sólo vive del instante. 

Trabajé en una universidad donde la decana era la señora todopoderosa. En aquella universidad la dimensión jerárquica es casi medieval, o mejor, es una sociedad cortesana como la que analiza Norbert Elias sobre la Francia de Luis XIV, el rey sol. En este caso, el rector “sol”, o en su ausencia, la vicerrectora “sol”, o la decana “sol”, o el coordinador “sol”, o el coordinador auxiliar “sol”, o la secretaria “sol”, o hasta el vigilante “sol”. Todo el mudo trata de degustar ese insignificante y hasta pasajero poder para demostrar que aún existe, que es valorado, que es fundamental (aunque muchas veces no lo sea) y la mejor forma de demostrarlo es pisoteando la dignidad del otro. A la decana había que decirle “doctora”, así no lo fuera, no por respeto sino por miedo. Había que pasar por la oficina para saludarla, hacerle risas, aplaudir sus ingeniosos (grotescos y ramplones) apuntes, hablar muy bien de ella, acudir de inmediato, a la carrera, cuando sus gritos desagradables se extendían por toda la facultad como si estuviera llamando sus cerdos a comer. Los más favorecidos eran quienes se acercaban a contarles sus problemas, como si fuera esa buena mamá que los comprende y los acoge, así después limpiara la facultad con ellos como si fueran un trapero viejo. No he llegado a cargos directivos, entre otras cosas porque no me gusta ser el limpia sacos de los demás, y eso ha tenido sus consecuencias. Ya no trabajo en muchos lugares y mis finanzas se ven vulneradas. Procuro manejar bajo perfil para evitar choques y es ahí donde también mi dignidad se ve afectada. Me encuentro con algunos compañeros y noto en su mirada esa amargura interna de saberse humillados por alguien que no tiene el más mínimo conocimiento, tanto intelectual como de respeto. Pero eso sucede en muchos ambientes de trabajo. Lo empecé a descubrir desde mis inicios laborales. Cuando trabajé en una editorial, en colegios, en universidades, en institutos… y más si cuando uno demuestra ser bueno en lo que hace, la mejor forma de atacarlo es doblegando la dignidad, humillarlo, hacerle ver muy mediocre, un bueno para nada. Claro que eso también sucede cuando uno está estudiando, compite con sus compañeros, hay que tratar de dejar atrás al otro, acabarlo, pasar por encima de la dignidad de quien sea. 

Sin embargo, en mi labor docente, quien de verdad recompensa ese ambiente tan hostil, son las voces de mis estudiantes. Ellos hacen soportable lo que parecería insoportable. Que un estudiante diga que nuestras palabras le cambiaron su vida, eso hace que la dignidad del oficio valga la pena. Tengo dignidad porque soy maestro, porque alguien, alguna vez me dijo, que mi trabajo lo había hecho bien, que él como persona era diferente y había aprendido algo. Eso es más que suficiente para mí.

Finalmente, en la vida personal uno está sujeto al otro para poder conllevar esta carga tan pesada que se llama vida. La lucha por la dignidad es constante, por tener un hogar digno, una comida digna, una cama digna, una familia que viva dignamente. Este año ha sido duro para mí, uno de los más difíciles, voy perdiendo poco a poco lo que he construido, las cosas materiales que probablemente podrán reemplazarse, los amores, que aunque no se reemplazan, van cambiando, mueren y florecen, alguien se va, alguien llega. Nuestros muertos que son irremplazables, pero sobre todo la falta de mis hijos. Algún día escribiré sobre Sábato, quien habla de la pérdida de su hijo. Una forma de dañar mi dignidad es no poder estar con mi hija, no poderla abrazar, tenerla lejos, saber de la necesidad mutua de querernos. Estas fiestas son para vivirlas en familia. He recuperado a mi hijo, lo mejor de este año, poco a poco nos vamos conociendo, vamos acercándonos emocionalmente y eso está bien, pero nuevamente nada es completo. Aquí recuerdo mi poema de cabecera. Cavafis dice “Son nuestras fatigas, las de los infortunados, / son nuestras fatigas como las de los troyanos. / A poco que triunfemos; a poco que orgullosos / nos sintamos, comenzamos ya / a tener ánimo y buenas esperanzas. / Pero siempre ocurre algo y los detiene. / Aquiles surge en la trinchera entre nosotros / y a grandes voces nos espanta”. La dignidad se rompe por algún lado, mi hija no está conmigo, el dolor es inmenso, sólo queda llorar en silencio, esperar que el tiempo cure las heridas y lamentar por siempre ese tiempo que pudo ser y no fue. Ya sé que nada puede recuperar el tiempo perdido. Nadie va a recuperarme el tiempo en que no estuve con mi hijo durante muchas navidades, las personas no lo entienden porque no lo han vivido. Siempre apuntan la culpa hacia mí por ser como soy. Nunca pensé que tener hijos fuera tan difícil, sobre todo porque cuando no están se nota un gran vacío en nuestra alma. Algo verdaderamente importante hemos perdido. Nuestra dignidad. 

martes, 14 de octubre de 2014

“Primero las Damas”

En estos días estuve colaborando sobre una investigación de Género y las mujeres en las Fuerzas Armadas. Una amiga se reía al imaginarme tan lejos de este tema. “Por el contrario, terminé por confirmar mis ideas” le respondí. Tal vez piensen que soy machista porque no creo que las mujeres estén en inferioridad de condiciones: no les cedo el puesto en transmilenio, no doy la mano a una mujer al bajar un escalón, me incomoda, cuando a la hora de pagar alguna cuenta en un bar, ellas desaparecen en el baño y luego salen hablando por teléfono, ignorando cualquier situación. “Para eso están los hombres, para cogerlos de marranos…” argumenta una amiga. También critico su forma de conducir. Cuando uno aprende a manejar un carro se da cuenta de lo imprudente que es el peatón. Esta máquina, de más de una tonelada, requiere cierta destreza, mucha atención y sobre todo prudencia. Todos cometemos errores, pero curiosamente cuando alguien no ha puesto las direccionales, voltea de manera intempestiva, no cede el paso, provoca un trancón, o cierra de manera imprudente, casi siempre resulta ser una mujer. ¿Por qué ocurre esto? Es algo que no me atrevo a responder. Alguien me explicaba su teoría: “en esta sociedad nos han enseñado que primero las damas es un acto de caballerosidad. Primero entran, primero se sientan, y por supuesto primero se cruzan. El problema es que cuando manejamos no nos interesa saber si va una mujer o un hombre al volante del otro vehículo, hasta ahora los carros no muestran esa información, lo importante es evitar un accidente. Ellas lo hacen porque la sociedad les ha enseñado que primero son las damas”. Simone de Beauvoir en su texto EL SEGUNDO SEXO hace un recuento histórico sobre el papel y la función de la mujer en la sociedad. Ella dice que no se nace sino que se llega a ser. “Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino”. Somos quienes hemos elaborado el concepto de mujer, quienes la seguimos definiendo y eso es propio de nuestra cultura. Lo que yo hago ahora, sin lugar a dudas es definir a la mujer, considerarla como El Otro, la otredad definida por Beauvoir como lo extraño, la antítesis y la oposición que complementa al hombre de manera cómplice y hasta satisfactoria. “Así, pues, la mujer no se reivindica como sujeto”. Los argumentos de esta autora francesa son contundentes y demoledores. Somos culpables de todo, merecemos la hoguera eterna, hay que cambiar de sexo, hay que reivindicar los siglos de ostracismo.
Pero el concepto de género va más allá que una simple diferenciación biológica. La Comunidad Europea define Género como “la construcción social de mujeres y hombres, de feminidad y masculinidad, que varía en el tiempo y el espacio y entre las culturas”. Sin embargo, Judith Butler amplía el concepto: “¿Existe «un» género que las personas tienen, o se trata de un atributo esencial que una persona es, como lo expresa la pregunta: «¿De qué género eres?»?”. Ella habla de deshacer el género, pues no solo existe dos condiciones: “El género es el mecanismo a través del cual se producen y se naturalizan las nociones de lo masculino y lo femenino, pero el género bien podría ser el aparato a través del cual dichos términos se deconstruyen y se desnaturalizan”.
Ahora bien, a lo largo de mi vida he conocido muchas personas, de todo tipo de género; algunas mujeres han pasado por mi vida, en diferentes condiciones y situaciones, he tenido amigas que fueron o ahora son lesbianas, amigos que salieron o no han podido salir del closet, homofóbicos que no pueden imaginar un “mariquita” y feministas que rechazan cualquier idea masculina (como ésta, por ejemplo), sin embargo pienso más en ellos como personas, que como género. He tenido jefes, mujeres y hombres, y sólo recuerdo la forma tan sutil en que me despidieron, la diferencia no estaba en el género (a pesar de que mi jefe mujer escogió a mi amiga y no a mí para el cargo, tal vez por solidaridad de género), he recibido ataques de homosexuales por decir que respetaba su condición, algunas mujeres no quieren saber de mí nunca más en su vida, todo hace parte de la convivencia diaria entre seres humanos, que tanto nos cuesta. No pregunto mucho a otras personas sobre su género, no me gusta saber sobre la vida íntima de los demás, cada uno nos merecemos ese espacio inobjetable, único y feliz que no debe ser franqueado jamás por nada ni nadie, ni siquiera con el argumento absurdo de la “confianza” que tanto esgrimen nuestras parejas. 
Me gustan las mujeres, son fundamentales en mi vida, tengo una hija que es el alma de mi vida y a quien extraño muchísimo, agradezco a la vida por tener una madre tan hermosa, y sentimentalmente he convivido con mujeres que han marcado mi existencia y que han ayudado a formarme, les agradezco y las quiero mucho, hasta las extraño; aprendí mucho de ellas, sus sentimientos y su sexualidad me hicieron mejor persona, me enseñaron a conocer al “otro”, no como mi oposición sino como “otra” persona que es diferente a mí, que tiene sus problemas emocionales y físicos, diferentes a los míos, pero no por eso mejores o peores. No puedo idealizarlas, santificarlas ni adorarlas, porque no son superiores a mí, tampoco inferiores, están en igualdad de condiciones. Ellas pueden hacer lo mismo que nosotros, nosotros podemos hacer lo mismo que ellas. “Usted no sabe cómo cuidar un niño” me dijeron. Estuve con mi hija el primer año de su vida, la bañé por primera vez, cuidé la dieta de la mamá, manejé todas sus alergias y malestares, organicé su alimentación, cosas que se consideraban propias de las mujeres. “Las mujeres son la columna del hogar” nos enseñan en la escuela. El hogar no tiene columnas, tiene altibajos, como la vida, pero no creo que para que exista un hogar, debe haber una pareja. El hogar somos lo que hacemos, mi hogar son mis libros, mis cuadros, mis cosas, la presencia ausente de mis hijos, mi familia, mis amigos, la nostalgia del amor…
Me gusta convivir con mujeres, sus caricias, sus besos, el derroche de pasión, su aroma… No soy de los que quieren una dama en la vida y una prostituta en la cama, quiero una mujer con la que pueda hablar sobre cine, literatura, música y hacer el amor por muchos días. Sin embargo, después de cierto tiempo ya no soporto la presencia de otra persona en mi casa. No soy perfecto. Cometo muchos errores y tal vez me quedaré solo. Puede sonar egoísta mi posición, pero todos somos únicos, indivisibles y no podemos volvernos dependientes de nadie, esclavizar al otro para el deleite personal, darle la prioridad de nuestra existencia. Creo que no podemos cederle el puesto de nuestra vida a nadie para sentirnos verdaderos caballeros. Las damas no son primero, primero las personas, sin distinción de género.