martes, 23 de enero de 2018

Juanito de Dios



Mi papá nació el día de San Juan de Dios y por eso se llamaba así: Juan de Dios Rojas Urrutia. Muy pocos hombres pueden cargar con la responsabilidad de llamarse Dios, yo creo que él sí lo hizo. Y no porque fuera un ser sobrenatural, grandioso y superior, sino como yo creería que debe ser un dios: bondadoso, simple y lleno de amor. Nunca se vanaglorió de tener grandes posesiones, de conocer medio mundo, tener los trabajos más importantes, los mejores negocios. De hecho, al morir no tenía más que sus objetos personales y su familia. 


Sus gustos eran sencillos pero con la mayor exquisitez que implicaba lo sencillo. Su comida favorita era la mazamorra de maíz tostado con muchas habas y libro bien picado. Le gustaba viajar a Tocaima y Girardot porque allá estaba enterrado su padre, era un viaje maravilloso lleno de piscinas, buena comida y cosas tranquilas. Nada de aventuras extraordinaria. Lo extraordinario era verlo lanzarse de un trampolín de 5 metros con toda la maestría de un buen nadador. 

Empezó a trabajar desde niño y tuvo muchos oficios en su vida, se pensionó muy joven de los Ferrocarriles Nacionales pero en ese momento no era un privilegio sino una especie de sanción. Entonces se dedicó al negocio de la venta de carnes, una “fama” como se llamaba antes de que nos invadiera la sofisticación del lenguaje, y trabajó durante más de 30 años madrugando todos los días desde las 4 de la mañana, organizando la carne, buscando el negocio del ganado y atendiendo a sus clientes desde temprano con dos grandes cuadernos lleno de fianzas. No importaba lo que le debieran, siempre garantizaba la entrega del producto. Algún día pagarán y si no pues se perdió la plata, pero desde que mi Dios nos dé salud y licencia pues qué carajos. Nunca fue un hombre de odios, ni siquiera cuando un policía conservador enviado por un concejal conservador, le pegó un tiro en el estómago, durante la violencia bipartidista de los años cincuenta. 


Nos dio mucho amor, a cada uno de sus cinco hijos adoptivos nos amó de acuerdo a nuestras necesidades y siempre más de lo necesario. Pero quizás lo más grandioso de él fue el amor que le ofreció a nuestros hijos. Un abuelo excepcional, preocupado por el bienestar de sus nietos y bisnietos, orgulloso de sus logros, con palabras de amor cada vez que los veía o llamaba. Siempre pendiente de su familia que iba creciendo, siempre tratando de colaborar en todo y con todos. Y sobre todo, siempre pensando en organizar una buena comilona con los productos más suculentos y a todas luces peligrosos para esta nueva generación light de comida saludable. Vivió 92 años y no pudo comer solamente en el último mes de su vida. Cuando se le preguntaba por el secreto de su longevidad nos daba la receta: maíz y habas tostadas, una buena mazamorra, chichita, carne de toda clase con buena papa salada. En los 41 años que estuvo con nosotros se le notaba la felicidad que llevaba, siempre al lado del amor de su vida, mi mamá. La amó como muy pocas personas pueden amar, siempre pendiente de ella, en función de ella y aceptando su vida y su personalidad con amor: tranquila mija, que vamos hacer lo que haya que hacer. Siempre pensando a largo plazo, olvidando el fantasma del tiempo y de la muerte. No le preocupaba. Le preocupaba más el futuro y el bienestar de su familia. 


Viajó por todo el país, pero nunca montó en avión, le emocionaba pero al mismo tiempo le aterrorizaba la idea de no tener los pies sobre la tierra. Preferiría la parsimonia del tren, su otro gran amor. Sus historias del ferrocarril parecían en blanco y negro, o más bien, de un mundo que nunca conocimos ni conoceremos. Las estaciones, las jornadas de trabajo, los peligros, cuando conoció a Tirofijo en tal curva, cuando íbamos para tal parte, entonces nos salieron los muchachos y Tirofijo nos dijo que lo arrimáramos más abajo y se montó en el último vagón, en ese momento yo era enganchador. Juanito me llevó en tren a Santa Marta cuando tenía 9 años y fue uno de los viajes más sorprendentes que he hecho, lleno de montañas, túneles, puentes iluminados, ciénagas, estaciones, 27 horas disfrutando un viaje eterno entre las grandes sillas y vagón comedor. Parece un sueño en un país donde la palabra tren ya no existe. Mi papá Juanito nunca tuvo hijos naturales, pero tuvo una familia que lo amó hasta el último suspiro de su vida. Muchos tenemos hijos pero nos falta una familia. Ese fue el gran ejemplo que nos dio y un legado que deberíamos buscar y preservar.


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