jueves, 26 de marzo de 2015

El día de la “exelencia”

Hace muchos años, para mitigar un poco nuestra pobre condición de estudiantes, decidimos con algunos compañeros iniciar la primera empresa académica alrededor del barrio donde vivíamos. Yo me encargué de realizar un letrero que promoviera nuestras cualidades intelectuales: “Se hacen trabajos en computador, se realizan tareas, se escriben ensayos, se hacen cartas. Se garantiza exelente ortografía”. Nuestro negocio fracasó de inmediato por obvias razones. A veces no sólo bastan las buenas intenciones, hay que tratar de ser coherentes con lo que se dice y se hace. Creo que lo mismo sucede con la excelencia educativa que tanto habla el gobierno en estos días. A esa excelencia le falta algo, igual que la misma exelencia de mi publicidad. Quiero exponer algunas reflexiones que tengo sobre los problemas de la educación en este país.
El primer problema que veo en la educación es el supuesto enfoque democrático que se le pretende dar ahora. 10.000 becas universitarias para los mejores estudiantes de este país. Podrán estudiar en las mejores universidades de Colombia. Entonces los mejores estudiantes deciden ir a estudiar a las universidades más caras (entre más alta sea la matrícula será mucho mejor la universidad). Esto es toda una falacia. Un estudiante paga diez millones de pesos por un semestre en la universidad de los Andes. Está garantizando una calidad académica insuperable, además que su futuro se asegura porque se codea con la crema y nata de este país. Ésta es otra falacia peor. Me invitaron a una reunión de la universidad donde trabajó en el club El Nogal, en el norte de Bogotá. Todo era espectacular, grandes salones, decoraciones majestuosas, ascensores impolutos, hasta me puse corbata después de diez años. Pero todo pasó muy rápido. Del ascensor me indicaron rápidamente a dónde me debía dirigir. Los discursos fueron muy largos y el cóctel muy corto. Luego de dos horas todo terminó. Nos equivocamos de ascensor y terminamos en el gimnasio y la sala de squash. Nos miraron raro. Éramos unos desconocidos a pesar de las corbatas, no teníamos derecho al acceso de esos lugares a pesar de estar en el mismo edificio. Tampoco queríamos entrar. Simplemente estábamos perdidos. No creo que la equidad consista en que los pobres vayan a donde los ricos se divierten, y por un segundo puedan conocer lo que es el paraíso. No creo que por estudiar en una universidad de clase alta, ya pertenecemos a las élites de este país. Por el contrario, se termina siendo la escoria del paraíso, el ladrón de poca monta que ha venido a subvertir la paz que tanto ha caracterizado a tan magnánima institución. Paradójicamente, el programa de becas termina beneficiando, más que a los estudiantes, a las mismas instituciones. Las universidades privadas son un negocio, su primer propósito es ser rentable, y lo son. Muy rentables. Y eso no está mal, por eso es un negocio. Algunas se preocupan por la excelencia académica, cumplen con una buena cantidad de requisitos, apoyan investigaciones, promueven el avance académico. Otras sólo quieren cumplir con la acreditación del Ministerio de Educación. Si se hace algo importante es para mostrarlo en la visita de los “pares académicos”. Creo que con los diez millones que vale un semestre en una universidad privada, podrían estudiar diez estudiantes en una universidad pública. Siempre he sido un defensor de la universidad pública, a pesar de que trabajo en universidades privadas y las respeto mucho. Pero definitivamente las universidades públicas son las que mejor hacen el trabajo para acabar con la brecha social. Una universidad que promueva estudiantes de altas calidades académicas, con un sentido social, capaz de confrontar cualquier problema, asumir responsabilidades y buscar soluciones efectivas. “Sí, pero quienes mandan en este país salieron de una universidad privada. Allí están los contactos” me argumentan. Les recuerdo que Colombia no es el mejor país en lo que respecta a sus instituciones públicas, no ha sido manejado de la mejor manera, no es un dechado de virtudes. No quiero generalizar esta idea, tengo estudiantes de universidades privadas que son excelentes académicos, grandes profesionales que no sólo piensan en una educación para el trabajo, sino en una educación para la empresa. Simplemente pienso que el Estado debería apostar por la educación. Consolidar grandes universidades públicas que le dieran acceso no sólo a los estudiantes más pilos de este país, sino a los menos pilos, a los que están en la media, a los que por una u otra razón han sido víctimas del desastroso problema de la educación básica y media de este país. Al fin y al cabo todos tenemos derecho de educarnos en las mejores condiciones, pero óigase bien, todos. 
El segundo problema que quiero abordar está referido a los docentes del estado. Cada cierto tiempo se realiza un concurso nacional para ocupar vacantes o suplir necesidades de docentes en el territorio nacional para colegios y escuelas. Hacia el 2002 se realizó un concurso docente después de un buen tiempo de no haber hecho convocatorias. Todo profesional podía inscribirse, lo único necesario era el talante y las ganas de enseñar, pasar el examen y cumplir con la entrevista. Por supuesto que muchos profesionales que se encontraban desempleados decidieron apostar su futuro a un trabajo estable, incluso a costa de ver frustrados sus sueños como ingenieros, arquitectos, matemáticos puros, críticos literarios, administradores de empresas, e incluso médicos. No importaba si no tenían una vocación pedagógica, lo importante era buscar un salvavidas en un país donde las oportunidades son escasas. La pedagogía se aprende en la medida en que se va enseñando. Lo importante es que yo como profesional sepa mucho del tema. Y así fue. Los exámenes valoraron, y aún siguen valorando, el conocimiento básico de su área. Algunos problemas básicos de pedagogía que se supeditaban a la lógica, hacían parte del enfoque educativo del examen, pero nada más. Había que dar trabajo y garantizar la cobertura académica, la forma como se iba a enseñar el conocimiento quedaba relegado a un segundo plano. En el camino se arreglan las cargas. Y entonces aquí quienes estaban en la obligación de defender la pedagogía no lo hicieron. Los estudiantes de la Universidad Pedagógica realizan cada cierto tiempo marchas, asambleas permanentes, bloqueos, pedreas y otro tipo de ejercicios gimnásticos heroico sociales en defensa de la lucha social, la universidad pública, la terminación del imperialismo mundial, la defensa del gobierno de Venezuela, la memoria de los caídos, y el derecho a la protesta, entre otras luchas propias del espíritu revolucionario. Pero se les olvidó luchar por lo fundamental, por su futuro como licenciados. Los licenciados hoy en día están de capa caída, son los culpables de la baja calidad académica, están entre los más bajos índices de evaluación, no cumplen con los mínimos requisitos de un docente idóneo en este país. Eso lo dicen las estadísticas, eso lo dice el concurso docente. Pues claro que sí. En un examen de conocimientos matemáticos se enfrentan un matemático puro, un ingeniero de sistemas y un licenciado en matemáticas. Los dos primeros llevan diez semestres enfrentados a los números mientras que el tercero perdió la mitad de su carrera aprendiendo estrategias pedagógicas, modelos educativos y enfoques académicos para enseñarme de la mejor manera, lo poco que aprendieron de matemáticas. Una cosa es saber un tema y otra cosa es poderlo enseñar. Dentro de mi experiencia como docente he aprendido algo muy importante, y es que si yo quiero saber de un tema muy bien, definitivamente la mejor manera es enseñarlo. Se organiza un curso y se discute con los estudiantes. Esa pelea no la supo hacer la Universidad Pedagógica y por eso encontramos hoy en día tantos docentes frustrados que se aferran a un salario absurdo pero estable, sin ninguna intención de mejorar, de transformar la educación de este país. Y se nota. Los niños que entraron al sistema educativo en este país en el 2002 presentaron la prueba PISA en el 2012 y ahí se vien los resultados. Somos casi los últimos a nivel mundial. En este país se debió priorizar la pedagogía antes que el conocimiento. Y esto me lleva al siguiente problema.
El tercer problema que quiero abordar está relacionado con la prueba PISA y nuestro desempeño a nivel mundial. Segú el ICFES,
"PISA (Programa Internacional de Evaluación de Estudiantes, por su sigla en inglés) es un estudio internacional comparativo de evaluación educativa liderado por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), que tiene como propósito principal evaluar en qué medida los jóvenes de 15 años de edad han adquirido los conocimientos y habilidades esenciales para su participación en la sociedad, a fin de identificar elementos que contribuyan al desarrollo de competencias y sea posible establecer diálogos sobre los aspectos que debe atender la política educativa de los países.
Este estudio se realiza en ciclos trianuales en los que se evalúan competencias en lectura, matemáticas y ciencias. En cada ciclo se hace énfasis en una de estas áreas. En 2000 PISA se centró en lectura; en 2003 el énfasis fue matemáticas; en 2006 en ciencias y nuevamente en lectura en 2009, año en que también se exploraron las habilidades asociadas con la lectura en medio digital. En 2012, el énfasis es en matemáticas, alfabetización financiera y resolución de problemas y en 2015, será en ciencias. Colombia participó por primera vez en PISA en 2006; en esa oportunidad fueron 57 los países participantes. En PISA 2009 este número se incrementó a 67 países, que representan el 87% de la economía mundial. En 2012 también participan 67 países, entre ellos Colombia".
En el año 2012 Colombia ocupó el último lugar y para todos fue un tremendo escándalo. Somos los más brutos del planeta. Bueno, cien años de violencia salvaje, masacres, bombas, secuestros y políticos también justifican este ingrato adjetivo. ¿Y por qué nos va tan mal en este tipo de exámenes? Entonces nos ponemos en los zapatos del estudiante. ¿Qué tipo de preguntas les hicieron, cuánto tiempo tuvieron, quiénes hicieron y evaluaron las preguntas? Analicemos una pregunta y quizás podamos entender el problema.
La fórmula para la máxima frecuencia cardiaca recomendada = 208 – (0,7 x edad) se usa también para determinar cuándo es más eficaz el ejercicio físico. Las investigaciones han demostrado que el ejercicio físico es más eficaz cuando los latidos cardiacos alcanzan el 80% de la máxima frecuencia cardiaca recomendada. Escribe una fórmula que calcule la frecuencia cardiaca recomendada para que el ejercicio físico sea más efectivo, expresada en términos de edad.
Ejemplos de respuestas: • Frecuencia cardiaca = 166 – 0,56 x edad. • Frecuencia cardiaca = 166 – 0,6 x edad. • f = 166 – 0,56 x e. • f = 166 – 0,6 x e. • Frecuencia cardiaca = (208 – 0,7 x edad) x 0,8.
Qué veo aquí. Un problema complejo que requiere una respuesta rápida y efectiva. Para eso se requiere una palabra básica dentro del mundo de la pedagogía: la estrategia. ¿Será que el niño de Singapur es mucho más inteligente que el niño colombiano? ¿Tiene colegios más bonitos, es más juicioso, no tiene dificultades económicas, no es pobre, es una raza superior? No lo creo. El problema radica en la estrategia. El profesor de Singapur enseña mejores estrategias para resolver un problema que el profesor colombiano, por lo menos son más efectivas y ágiles. Saber enseñar significa hacer entendible lo que aparentemente no se puede entender y para eso se requieren metodologías que permitan hacer fácil lo difícil. Cuando enseño gramática, procuro poner ejemplos prácticos, jocosos y hasta absurdos que permitan afianzar cierto concepto complejo de una manera menos dramática. El que tenga la mejor estrategia definitivamente resolverá el mundo a su favor. Nos ganan no porque sepan más, sino porque son más hábiles a la hora de exponer esos conocimientos. ¿Y quién enseña estrategias? Un docente con vocación. Alguien que sepa de pedagogía, alguien que tenga didáctica para enseñar lo que sabe. Cuando dicté el curso de Didáctica de la literatura en la Universidad Pedagógica, mi principal preocupación radicaba en cómo brindarle a ese futuro docente las herramientas necesarias para enseñar algo que aparentemente no tenía un valor práctico pero sí un valor espiritual: la literatura. Un cuento, una novela, un poema debe llegar a sus estudiantes. El problema no es que lo lean, el problema es que se apasionen por lo que leen. Para hacer eso se requiere de estrategias. Algunos docentes lo hacen, otros no les interesa, al fin y al cabo están allí por situaciones ajenas a su voluntad, otros aplican la estrategia del mínimo esfuerzo. Y esto nos lleva al siguiente problema.
Por estos días, un concejal de mi pueblo natal me pregunto sobre cuál era el principal problema de la educación en Nemocón. Le respondí que “La innovación”. La falta de innovación educativa ha generado un retraso clave en la calidad académica. Y este problema aplica tanto para ese pequeño lugar como para todo el país. Pero ¿qué significa innovación? La juventud es atrevida, y muchas veces el joven profesor llegar con ideas revolucionarias para tratar de cambiar esa concepción paquidérmica y menguada en la que está sumida toda la educación. De inmediato todo el mundo se pone alerta. Esto es muy peligroso, puede traer consecuencias nefastas, alterar el equilibrio de la comunidad educativa. Innovar significa cambio, cambio significa nuevas formas de pensar, esas nuevas formas de pensar requieren de un proceso, y proceso significa trabajo. De tal manera que una innovación puede generar más trabajo del que se tiene, y esto para muchos docentes es una verdadera tragedia. “¿Para qué trabajar tanto si al fin y al cabo nos van a pagar lo mismo, hagamos mucho o no hagamos nada?”. Es una premisa muy común en muchos docentes oficiales, y la conclusión es muy clara: realizar un trabajo con el mínimo esfuerzo, no desgastarse tanto, al fin y al cabo los 45 estudiantes con los que nos enfrentamos en un salón, cumplen esta labor de manera contundente cada minuto de nuestras vidas. Bastante problema tenemos al tener que callar a todo un curso vociferante sumido en la más absoluta locura. ¿Mientras innovamos quién controla? Esa es la gran pregunta, todo se puede ir al caos, los coordinadores prefieren que los docentes se ciñan a los lineamientos curriculares, así nunca nos hayan leído o interpretado. No se puede inventar nada con los niños, esos inventos hay que dejarlos para los genios del ministerio. Nosotros cumplimos órdenes y su función está en mantener por un lapso de tiempo, en un asfixiante salón, ocupados a estos 45 individuos. Luego, a tomar tinto y olvidarse del mundo. Hace algún tiempo, en una conferencia sobre evaluación, una profesora, doctorada en pedagogía, explicaba que la mejor forma para evitar el desgaste en la profesión de docente, radicaba en las didácticas pedagógicas que podía aplicar dentro del aula. Si desarrollaba una buena estrategia para enseñar un tema, una adecuada metodología para evidenciar el aprendizaje y una dinámica grupal que permitiera interactuar entre los participantes lo aprendido, estaríamos no sólo desarrollando un buen proceso pedagógico, sino que nos quitaríamos una gran carga de trabajo repetitivo y sin sentido. Por lo tanto considero que innovar, al contrario de lo que se piensa, significa menos desgaste y más calidad. Finalmente es lo que se busca. Pero para eso hay que sentarse a pensar en el problema, en lo que se quiere enseñar, en lo que se debe enseñar y en lo que se necesita enseñar. Hay que ser creativos y no tenerle miedo a salir del salón. Bueno, hoy en día los estudiantes son nuestra responsabilidad por cualquier cosa que les suceda. Por eso es mejor tenerlos encerrados. Pero para eso están las estrategias que pueden innovar la forma de ver el mundo. De eso se trata la civilización y por eso hemos avanzado tanto en la tecnología y en la sociedad.
Finalmente el último problema que quiero abordar está emparentado con lo anterior. Pueda que tengamos ideas geniales, pueda que tengamos las mejores intenciones, pueda que todos los espacios se presten para nuestra innovación, pero no somos capaces de desarrollarla, de ponerla en práctica por una sencilla razón: no la sabemos explicar. Y aquí viene un problema crucial dentro de la educación actual tanto del país como del mundo entero: no sabemos argumentar. Todo debe girar en torno a la argumentación. Eso lo explicaba muy bien un profesor del Doctorado en Pedagogía de la Universidad Pedagógica. El gran problema de los docentes, de los estudiantes en todos los niveles, de las políticas educativas es la falta de una pedagogía de la argumentación. En la medida en que no somos capaces de argumentar, no podemos interactuar con el otro, entender la diversidad, aceptar un pensamiento distinto, diametralmente opuesto al nuestro, convivir en comunidad y procesar una mejor sociedad. Esto tiene mucho de dónde cortar y los grandes filósofos franceses y alemanes de la posmodernidad han gastado infinidad de trabajos para tratar de explicar lo que nos hace tan contemporáneos, tan actuales pero a la vez tan primitivos y tan bárbaros. Considero que la educación debe estar inmersa en un proceso argumentativo, todo debe girar en torno al qué y al cómo se dice, a las estrategias, a la innovación, a la interacción con el otro. Si no sabemos cómo expresar lo que pensamos estaremos sujetos a callar y aceptar lo que otros nos impongan, a sobrevivir y no convivir, a laborar y no crear, a actuar y no pensar.
Estas son las reflexiones que tengo sobre la educación en mi país a propósito del Día de la excelencia promovido por el Ministerio de Educación. Se me quedan por fuera muchos temas que quisiera tratar como por ejemplo el concurso de ascenso a los docentes, unos exámenes que se convierten más que en una promoción, en una traba para el mejoramiento de la calidad de vida de un magisterio en total abandono salarial; los incentivos que pretende dar el gobierno a los mejores colegios; la capacitación docente y el incentivo a seguir estudiando por siempre; las jornadas complementarias y la actividad lúdica para los estudiantes; finalmente el estudiante universitario frente a una política de educación para el trabajo y no para la empresa. No tuve una excelente ortografía en los inicios de mi vida académica, cometí errores garrafales que salieron a la luz pública, pero poco a poco fui aprendiendo lo que me era desconocido, fui cauto y utilice las herramientas más adecuadas, maté mis fantasmas y descubrí el mundo fascinante de la gramática, hasta llegar hoy en día a ser docente en esta área. De eso se trata la vida, de ir aprendiendo, de cometer errores pero de buscar la excelencia, así nunca la alcancemos en su totalidad. No hace falta. Recuerden que lo importante no es la meta sino el recorrido. Allí está la excelencia de la vida.

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