jueves, 6 de marzo de 2008

La cara de la desgracia

Nada me produce más tristeza, más desazón, más rabia, más angustia y más desencanto, que observar a una madre buscando a su hijo desaparecido. Hoy no asistí a la marcha, como tampoco lo hice el mes pasado, quizás porque no soy un buen ciudadano, no llevo a Colombia en mi sangre y tampoco me atrevo a cantar el himno nacional con la mano en el corazón. Pero no pude dejar de sentir vergüenza cuando iba caminando y me encontré de frente con una mujer de edad cuyo rostro manifestaba toda una vida de sufrimiento, humilde en todos sus aspectos, y con una camisa que llevaba estampada la foto de su ser querido que ya no estaba para acompañarla. Que vergüenza ser colombiano, decir que vivo en un país donde a nadie le importa que las personas desaparezcan como si fueran objetos, recuerdos vagos, o atardeceres constantes. Vi el rostro de una mujer que tenía la esperanza de poder recuperar a ese fantasma que sólo para ella era importante. Me encontré con miles de Clementes Silvas, ese personaje que aparece en la obra de José Eustasio Rivera recorriendo las caucheras en busca de los restos de su hijo. Por estos días oía una declaración donde un paramilitar no podía confirmar a ciencia cierta si había asesinado a 1500 o 1200 personas. Un desfase de 300 personas, como si 300 personas no fueran nada, y me pongo pensar en que a veces he tenido 300 estudiantes, y esos 300 estudiantes me los puedo encontrar en la calle y saludarme, no saludarme, evadirme, mirarme mal, ser indiferentes y algunas veces hasta demasiado melosos, pero siempre serán personas que no se olvidarán pase lo que pase. Tengo una buena memoria para los rostros, casi nunca se me olvida un rostro, y son 300 personas con las cuales compartí de alguna u otra manera un espacio, pero que ya no están. Cada uno es un universo, lleno de conflictos y alegrías pero que no se pueden desechar. Incluso ahora que he caído en las denigrantes garras del facebook, me encuentro con esos mundos que ya no están en mi espacio, pero que han continuado desarrollando su vida. Cómo es posible que alguien pueda olvidar 300 rostros, 300 vidas, 300 muertes. En mi Colombia querida eso pasa constantemente, y no hemos olvidado sólo 300, hemos olvidado millones de personas. Por eso hoy cuando veía esos rostros, sentía vergüenza por algo que nosotros hacemos constantemente, olvidamos lo que somos, lo que hemos sido y lo que hemos hecho.

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